Victima de su propio ser, procura mantener su vicio a cambio de novecientos pesos, que podrán fin a su pesadilla. Cree que la vida de una persona se cotiza por unos cuantos pesos, traicionado por su propia mentira padece de la tortura de los sin sueños.
Entre las luces del bar que frecuenta sus ojos chispean y mueren, con balbuceos sin coordinación intenta llevarse a su casa alguna amante de turno. Nadie quiere ser participe de los lamentos de su almohada, hoy como tantas veces tendrá que lidiar solo con las paredes de su habitación. En su inconsciencia este hombre veía en un hijo la esperanza de no equivocarse más, en él se proyectaba el cambio, pero en cuestión de segundo todo se esfuma.
Mientras su cabeza no es hace mas que darle azotes, por momentos duda y se niega a pagar tal precio, pero tiene presente que no puede arrastrar a un niño a un futuro incierto. Como tampoco puede perder su juventud, es un hombre joven y no puede privarse de satisfacer sus necesidades. Sabe que nunca le dará a su futura familia la vida que merece. Mientras busca salir de si mismo su compañera tomó una decisión.
Entre un debate de moralidad y necesidad, discutió un bueno tiempo que dirección debía tomar su vida. Sabe que la herida que provoca este hombre en ella cada vez se hace más grande, pero aún con todo el dolor que sienta se resiste a la idea de aceptar lo que tiene enfrente. Se ha enamorado de un egoísta, quien no duda en poner su vida en riego con tal de no perder su libertad. Casi desilusionada, piensa en su amor propio y determina su decisión. Sabe que tiene que ser practica y comunicarle inmediatamente lo que después de tanto razonar, considera que es lo mejor. Va en busca de su salvador a comunicárselo. Durante el viaje a la casa de éste recuerda cada momento compartido y se convence de que lo esta por hacer es apenas una caricia a tantos arañazos de él.
Acostado en su cama oye el timbre, no quiere levantarse pero es tan insistente el llamado que debe hacerlo. Abre la puerta y se sorprende. Hace intentos por cerrarla pero su compañera le confirma que lo sugerido es la mejor solución. Sin palabras se dirige a su dormitorio a buscar el vil metal, que pondrá fin a todo este asunto. Cierra los ojos y pone en manos de su amada el dinero, ella lo recibe con lágrimas. Él vuelve a su vicio y se olvida que dentro de horas se terminará su mal.
Recibida la plata ella se marcha y mientras se seca las lágrimas, sonríe, piensa en que puede gastar el regalo, que un buen hombre le concedió. Se siente tranquila por no cargar con la pena de un aborto y se sorprende de sí misma, ha sido un gran aprendiz del arte de la mentira.